Las paredes del cuarto son verdes. Fosforescentes. En el
techo hay una grieta de la que cuelga una lámpara. Emite luz blanca. Está mi
cama. El suave arrullo del ordenador. Y estoy yo. La persiana esta bajada,
siempre; yo no salgo, nunca; pero los días pasan porque alguien que dice ser mi
hermana(no conservo ningún recuerdo suyo, pero es la única persona que entra
aquí que me inspira confianza) me trae comida. Sobre las teclas de mi
ordenador, me alimento cuando tengo hambre y cuando tengo sueño, duermo. No recuerdo
cuando empezó este encierro voluntario,
ni porqué, pero soy feliz así. Internet me informa de lo que sucede en el
exterior y por mí puede quedarse ahí. Yo tengo un cuarto verde. Una lámpara.
Tengo mi amado ordenador, comida y una cama.
No pienso salir jamás. La realidad es una mentira que usan
para engañarme.
Pero ha pasado algo que cambia la situación. He recibido un
mail(¿cómo demonios habrá conseguido mi correo?) de un admirador diciéndome
cuanto le ha inspirado mi trabajo para superar sus problemas personales, que
irónico.
Esa chica me anima a conocer al joven. Medito, días...
finalmente tomo una decisión. Mi mano
tiembla al dirigirse al pomo de una puerta que había dejado de ver, inspiro y
abro de un tirón, temerosa y esperanzada. Veo un pasillo con varias puertas
durante unos segundos, antes de que un fogonazo me ciegue y un dolor agudísimo atraviese mi cabeza. Me sujeto las
sienes mientras me encojo y la negrura parece querer arrastrarme al abismo...
La encontramos retorciéndose en el suelo con las manos en
la cabeza.
Los médicos aseguraban “salir le sentará bien”, pero
tanto tiempo confinada... su cerebro no pudo soportarlo. En su cuarto de nuevo,
el ataque remitió. Ella continua con sus
trabajos. Yo... le llevo comida.
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