sábado, 14 de septiembre de 2013

El cuarto verde

Las paredes del cuarto son verdes. Fosforescentes. En el techo hay una grieta de la que cuelga una lámpara. Emite luz blanca. Está  mi cama. El suave arrullo del ordenador. Y estoy yo. La persiana esta bajada, siempre; yo no salgo, nunca; pero los días pasan porque alguien que dice ser mi hermana(no conservo ningún recuerdo suyo, pero es la única persona que entra aquí que me inspira confianza) me trae comida. Sobre las teclas de mi ordenador, me alimento cuando tengo hambre y cuando tengo sueño, duermo. No recuerdo cuando empezó  este encierro voluntario, ni porqué, pero soy feliz así. Internet me informa de lo que sucede en el exterior y por mí puede quedarse ahí. Yo tengo un cuarto verde. Una lámpara. Tengo mi amado ordenador, comida y una cama.
No pienso salir jamás. La realidad es una mentira que usan para engañarme.
Pero ha pasado algo que cambia la situación. He recibido un mail(¿cómo demonios habrá conseguido mi correo?) de un admirador diciéndome cuanto le ha inspirado mi trabajo para superar sus problemas personales, que irónico.
Esa chica me anima a conocer al joven. Medito, días... finalmente  tomo una decisión. Mi mano tiembla al dirigirse al pomo de una puerta que había dejado de ver, inspiro y abro de un tirón, temerosa y esperanzada. Veo un pasillo con varias puertas durante unos segundos, antes de que un fogonazo me ciegue y un dolor  agudísimo atraviese mi cabeza. Me sujeto las sienes mientras me encojo y la negrura parece querer arrastrarme al abismo...

La encontramos retorciéndose en el suelo con las manos en la cabeza.

Los médicos aseguraban “salir le sentará bien”, pero tanto tiempo confinada... su cerebro no pudo soportarlo. En su cuarto de nuevo, el ataque remitió. Ella continua con sus  trabajos. Yo... le llevo comida. 

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