lunes, 19 de marzo de 2018

Litio

Silencio;abro los ojos mientras el mundo despierta.
Ya no necesito relojes físicos. Tengo pastillas para eso.
Me arrastro hacia la cocina y preparo el primer café del día.
Enciendo un cigarrillo.
Fumo mucho.
Dicen que tiene que ver con la enfermedad.
Cojo el botellín de litio;
una, dos, tres..
empujo mi locura garganta abajo.
(Una, dos, tres, tres pastillitas juntas,
mi desayuno)
Dicen que me las tome de una en una;
(mañana, tarde y noche)
que es mejor para mis riñones.
Pero llevo medicada media vida:
hay días que no recuerdo si hice la toma o no,
si la imagen del trago es de ayer o anteayer.
La cafeína se abre paso a codazos
como el alba despunta el día
mientras los restos de olanzapina y clonacepam
(ritual para la nocturnidad)
se alejan como un bote a la deriva
llevándose lejos mis pesadillas.
Esta noche cuando caiga,
otra noche más,
drogada sobre la cama
y sobre mí se precipite
el mar de los sueños,
será la única tabla que tenga para aferrarme y naufragaré con mis monstruos.
Enfrento el día:
He aprendido a colaborar con mis características.
Siento rabia, pena o alegría
pero no ruedo en la bruma del divagar
como un tren que acelerando, descarrila.
Siempre tuve carácter
Siempre fui activa.
Es culpa de la “enfermedad” dicen.
Trato de ser productiva,
creativa, asertiva.
Pero mi cinismo me derrota a menudo.
Es culpa de la “enfermedad” dicen.
Hay días en que quisiera estar enferma de verdad:
Que no hubiera nadie al volante,
no ser responsable de mis actos,
no escuchar mi conciencia apabullando,
no sentir, no ser sensible.
Pero he de confesar
que dentro de este autómata
hay una chispita,
un cierto hálito de propiocepción mental.
Se hasta donde llegan los latigazos de mi lengua,
soy consciente que si levanto ampollas hago daño.
Aguanto lo peor de mi carácter,
los monstruos en ella noche,
la dieta de antipsicóticos y benzodiacepinas,
todo ello,
para no balancearme
en el largo columpio
de mis procesos neuroquímicos
cuyo recorrido traza un arco perfecto
sobre los abismos de la demencia.
El día que tengo un mal día
no me gusto como persona.
El día que tengo un buen día
ni siquiera quiero aplausos.
Trazo una fina línea
y camino despacio
con un pie tras otro
(una, dos, tres pastillitas
para el resto de la vida)
para unos equilibrista,
para otros especialita…
Al final da igual,
que haga o que diga…
es culpa de la “enfermedad”
dicen..(y dirán)

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